sábado, 12 de julio de 2014

Tengo 18 años y soy Palestino






Tengo 18 años, el pelo negro, los ojos claros y llevo la cólera en la sangre.Soy palestino, ciudadano de una tierra hipotecada, una tierra arrebatada a mis abuelos, una tierra soñada. He nacido en una tienda, en un campamento donde el viento produce la migraña de la espera y de las ilusiones.

Me llamo Mahmoud, como él poeta, pero no soy ni poeta ni filósofo para cultivar la paciencia y la sabiduría. Llevo la rabia escrita en los ojos y no me atrae creer en las cosas que no veo, ni en las palabras de los hombres, cuyo oficio consiste en prometernos la paz.

Yo creo lo que veo. Y lo que el mundo me muestra es feo. La injusticia ha elegido una máscara, la de la fealdad del polvo y de las balas que silban por encima de nuestras cabezas.Nos hablan de Oslo. ¿ Es un país o una paloma? No tengo ni la menor idea. Un sueño, quizá. Pero, ¿ qué vida, qué sueño, qué locura puedo permitirme?

Tengo 18 años y una pesada memoria a mis espaldas, cincuenta y dos años de desgracia. Quisiera reír y danzar, cantar y estudiar, sufrir de mal de amores, pelearme sobre el color del cielo y sus reflejos en el mar. Quisiera vestir a la moda y escuchar la música de mi tiempo. Quisiera discutir con mi novia porque me pone celoso y escribirle poemas de amor. Pero yo no vivo el tiempo del amor. En Ramallah vivimos rodeados de colonias desde donde apuntan los fusiles.

Quisiera que mi madre fuera feliz y llevara un vestido azul y que tirara su túnica negra. Quisiera que mi padre no perdiera el sueño por no saber si el ejército israelí le dejará pasar para ir al trabajo. Quisiera que mis dos hermanas se quitaran el velo y fueran a la Universidad, con animo tranquilo y espíritu confiado en el porvenir. En cuanto a mis hermanos, quisiera simplemente volver a verlos. A Alí ya no lo veré nunca más. Ya lo sé, fue una bala perdida. No, fue una ráfaga de metralleta bien cargada la que lo mató.

Mi madre está de luto. Mi padre no se afeita. El aire resulta irrespirable. Nos asfixiamos. Nos asaltan pesadillas. Y no queremos oír los discursos de Arafat. Los otros dos hermanos están en la cárcel, al otro lado de la colina, en una cárcel israelí. Están cansados de esperar.

¿Qué hacer de mis jornadas llenas de polvo y de miseria? ¿ Qué hacer de mis noches vacías de sueños y estrellas? ¿Adónde llevaré este cuerpo que crece demasiado deprisa, estos ojos sin lágrimas, esta rabia que no sabe en dónde concentrarse? ¿Contra quién se dirigiría? ¿Contra el ocupante, contra los colonos o contra nuestros políticos que siguen impertérritos sin darnos nada para vivir?

Soy palestino y no tengo más que piedras al alcance de mi cólera. El tiempo pasa y nos ignora. La vida, la vida verdadera, está en otra parte, lejos de estas colinas, lejos de estos olivos, lejos de nuestra casita.
Pero, ¿qué casa? Una choza en donde nos amontonamos. Se trata de nuestra espera, de nuestro destino.

Cuando llueve, el lodo despide mal olor. En verano, el polvo gris se suspende en nuestras pestañas. Mi casa está en mi mente. Es grande y antigua. Los muros son gruesos. La terraza da sobre una bella mezquita. Mi casa es una imagen que llevo adherida en la frente. Dejo las ventanas abiertas. La puerta también. Es la casa del silencio y de la serenidad. No soy yo quien lo digo, lo dice mi padre. Habla de la casa de sus padres, que, a menudo, he imaginado rodeada de árboles.

Abandono este sueño y borro las imágenes que se apelotonan en mi cabeza. Oigo el lloro de un bebé. Cuando pienso en la vida que le espera, bajo los ojos y miro un gato que juega con un gorrión muerto.

Dentro de dos años tendré veinte años. Al parecer, es la mejor edad. No para nosotros. Nosotros no tenemos edad. Tenemos un destino lleno de incógnitas. No soy un hombre joven con un porvenir en el horizonte. Ni siquiera estoy seguro de que una bala no venga a buscarme en la calle donde tiro piedras.

Soy un hijo de los campamentos y no quisiera envejecer entre piedras y detritus. No envejeceré. Con una honda detendré el tiempo, ahuyentaré los pájaros. Haré retroceder la fila de policías palestinos y avanzaré hacia los soldados israelíes que disparan sobre nosotros porque no tenemos derechos a vivir.

TAHAR BEN JELLOUN.
Escritor. Premio Goncourt 1987.

(PD. Tengo la necesidad de transcribir este texto del admirado Tahar Ben Jelloun. Lo he leído varias veces,  lo he compartido en la radio, en las revistas sobre diversidad, etc. Siempre con emoción e indignación...con esa que produce dolor en la garganta. Julio del 2014 e Israel masacra al pueblo palestino)